Animalaria, la vida hecha de palabras
Por Jorge Luis Heredia
Leo algunos poemas en voz
alta. La bella mujer escucha atenta. Algunos le gustan más que otros. Toma Animalaria en sus manos y busca “de amor”, dice.
Ahora es ella quien lee en voz alta. Luego esa sonrisa sincera que muestra, sin
ambigüedades, que está lista para emitir su veredicto: “sí, dice con firmeza,
es poeta". Sí, Adán Brand es poeta que celebra la vida con palabras.
Y su capacidad poética nace de su firme habilidad para convertir la desnudez de su alma en palabras exactas, precisas, matemáticas. Crea
poesía cuando confía a los demás su volcán juvenil por la fama, apaciguado y
quizás extinguido por Antonio Deltoro, sólo para que de esas cenizas surja añejado
este libro hecho con la “arcilla encarnada de la lengua”.
Animalaria del poeta Adán Brand. Foto: Fin de Semana. |
Su capacidad poética nace también
y sobre todo de su infancia, ese lugar lleno de monstruos en el que se refugia
en el tibio abrazo de su madre que de pronto sin más le dice “hija”, porque no
puede sacar de su piel y de su mente a su Celia, arrancada un día de la vida y
luego busca corregir cuando descubre que se trata de su Adán, de su hijo, de su
mijo, de su mijito.
Adán en su Animalaria no utiliza palabras melosas como
armas de cacería. Nada más lejos. Más bien, quizás, en el fondo espera una
canción de cuna de ese Padre, ese Frankenstein, que arrepentido y aterrado de
su obra, ha dejado de cantar… y Adán Brand se pregunta, no sin angustia, justo
cuando se da cuenta de que el planeta está hecho de hidrógenos y carbonos en
infinitas transformaciones "¿y a mí de qué me sirve rezar frente a una piedra?" Y
con todo y pregunta los domingos espera paciente las campanadas para rezar y
aminorar el temor de irse al infierno.
Adán Brand otorga a sus
lectores un par de binoculares para poder ver al menos de cerca, al padre, al
Patriarca, dolorido de muertes, traumas y de rencores, porque de ese padre estamos
hechos. De hecho nos otorga una especie de auto-binoculares, extrañamente, para
vernos a nosotros mismos como lo que somos, como hijos, como padres o como abuelos, excepto el
propio Adán, que se ha impuesto la pesada penitencia de la infertilidad para no
sufrir los dolores del patriarca.
Animalaria
quizás no sea más que una foto nuestra, no una selfie, ni un autorretrato, una foto que capta el miedo y el terror
de los que una vez fueron nuestros monstruos de la infancia y que ahora, como
la cochinilla, que va muerta de miedo, con todo y su armadura y la cabeza
doblegada, moviéndose a nuestra imagen y semejanza.
“¿Un poema de amor?”, resuena en mi
cabeza y antes de terminar la lectura encuentro Felina y leo en voz alta. Está hecho
con símbolos de palabra y de pasión, no aptos ni para cochinillas, ni para
caracoles, ni para libélulas, ni para arañas, ni para escarabajos, ni para
grillos, ni para batracios, ni para rayas, ni para escorpiones, no para los
animales de Animalaria, sino para esta
fiesta de nuestra vida, hecha de palabras, de palabras de Adán Brand.
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