Me gusta mucho el ajedrez de la comprensión de los otros: Luis Felipe Pérez Sánchez


Por Jorge Luis Heredia

Es cierto, de pronto nos perdemos en el vasto horizonte zombi de facebook, y agreguemos netflix, sí, pero hay vida antes y después de las redes sociales, la gente en realidad sí lee, por más que menospreciemos al público lector, y allí está Yo fui un chico cursi, del escritor guanajuatense Luis Felipe Pérez Sánchez que, en un lapso relativamente corto y con una editorial independiente, ha logrado colocar en manos de personas como tú o como yo, nada más que dos mil ejemplares. Sí, dos mil en el centro norte del país, entre estudiantes de secundaria y preparatoria principalmente, que tienen la ganancia no sólo de leer un libro de nuestro tiempo, sino que, como lectores, la posibilidad conversar con el autor.


Luis Felipe Pérez Sánchez en CIELA Aguascalientes, durante la presentación de Yo fui un chico cursi. Foto: Cortesía de Luis Felipe Pérez Sánchez

Luis Felipe Pérez Sánchez lleva en su sangre, por alguna razón que no alcanzo a comprender del todo, el gen de la comunicación, que es una de sus ideas madres, pero no cualquier tipo de comunicación, sino la narración de historias, historias que provocan salivación del espíritu, alegría, gozo. Es un mirón nato. Retoma anécdotas de su propia vida…, y las de los demás, no discrimina, se pregunta el por qué son así y no de otra manera, observa el contexto y luego, como un escultor, las empieza a modelar, lentamente y si algo no se ve bien, se mete a los libros, a investigar, hasta que todo cuadra, de acuerdo con su visión de escritor, hasta que la historia cobra vida. Al final, creo, diseña al menos en esta obra, un mundo tal como a él le hubiera gustado que ocurriera durante su adolescencia.

Es cierto. La vida literaria de México se mueve entre autores como Jorge Volpi, Juan Villoro, Guadalupe Nettel, Cristina Rivera Garza, Guillermo Fadanelli, Alberto Chimal, entre otros, pero puedo ver allí a Luis Felipe Pérez Sánchez. Simon Sinek dice que “si queremos que una idea sea aceptada en el mercado masivo, no puede lograrse hasta alcanzar el punto de inflexión que está entre el 15% y 18% de penetración de mercado”. Deberá llegar primero, pues, al 2.5 que son el público innovador, luego al 13.5 que son los adoptadores tempranos y entonces, solo entonces ocurre la magia, el mercado masivo le abre los brazos. Creo que eso lo sabe la editorial, sí, es cosa de la editorial, el escritor debe seguir escribiendo como lo hace Luis Felipe, desde las profundidades del alma, para descubrir o inventar esas estructuras literarias que vibran y que, sin lugar a dudas, lo describen. Sí, Luis Felipe Pérez Sánchez tiene su estilo propio.

Por estas cuestiones, Fin de Semana, la voz cultural de Aguascalientes le solicita al escritor esta entrevista que acepta y que ocurre en el Centro de Estudios Literarios de Aguascalientes (CIELA), justo en el centro de la ciudad, ante un auditorio repleto  de “innovadores”, utilizando los términos de Simon Sinek, para la presentación del libro Yo fui un chico cursi.

Tuviste cuatro años de tu vida como Seminarista, me queda la idea de que tuviste una serie de anécdotas casi interminable, ¿esa es la leña con la que escribes?
Yo pienso que sí, generalmente la autobiografía le sirve a uno, pues para jalar. Finalmente la experiencia siempre es un poco difícil de transferir, y por otro lado yo tengo, creo, un temperamento más de ensayista que de narrador, entonces generalmente reflexiono alguna idea y la ilustro con esa anécdota. El objetivo generalmente es que esa anécdota se supere para convertirse en una idea de reflexión, por eso el libro tiene una pretensión allí medio subterránea que es la de no dejar indemne el cauce de presentación. Me explico, generalmente se cataloga cuentos, novela, ensayo, lo que sea…, yo lo que escribo pretende sí, una estructura, y va desarrollando sus ideas, pero nunca estoy pensando en cumplir con una fórmula, sino en decir lo que más o menos me interesa de una manera y cada relato tiene cierta estructura, utilizo ciertas composiciones o ciertas cuestiones léxicas elocutivas o estéticas que se adecúan al tono que quiero, más allá de un cause de presentación preciso o de un género literario, yo más bien pienso en el circuito cerrado que  debe formar ese texto para dejar un tono preciso ante una idea particular.
Es que pienso por ejemplo en lo cursi, como definición es esto impertinente, es esto que quiere lograr ser una cosa y no lo logra, a mi me pasa que cuando estoy escribiendo noto que estoy muy elevado en el tono, entonces desafina… Las anécdotas siempre son ilustrativas, pero no son el centro o no quiero que sean el centro. Siempre hay verbos que hacen pensar que esa anécdota es un impasse para explicar otra cosa.

Yo fui un chico cursi en Aguascalientes. Foto: Cortesía de Luis Felipe Sánchez.

Entonces empecemos por eso, ¿qué quieres decir?
Quizá más que decir, quisiera comprender ciertas condiciones emocionales o morales, en todo caso. Decía yo en la presentación que hay un proceso de autoconocimiento que quiero que se torne comprensivo, pienso que, aludiendo al asunto conventual, sí me hice una especie de mirón y de hermeneuta por decirlo en el más reservado término, de ciertas cosas, me gusta sentir que estoy siendo calmo con lo que digo, más allá de lo que digo, me gusta que el ritmo exista y que vayamos como por escalones encontrando un sitio para sentimientos, emociones, actos, actos fallidos dentro del relato, se definen en algunos rubros que la escritura, es un proceso de objetivación de eso que es inefable y que no se puede agarrar. Creo que en todo caso estoy buscando justo eso, y va a ser un acecho siempre, va a ser el acecho de ajustar lo impalpable en palabras.

Si no tuvieras anécdotas y tuvieras lectores, ¿cómo se te ocurre que lo dirías?
Siempre la anécdota es la analogía, pienso que el proceso del conocimiento no puede darse sin analogía, te digo, el asunto más bien es lo que esa anécdota evoca, una condición, otra, que para mi es explicable por medio de ciertas anécdotas, por que es lo cercano. Si no tuviera anécdotas, yo creo que me robaría las de los otros.

Es decir, y esa es la pregunta esencial, ¿tienes que vivir lo que estás escribiendo?
No, creo que el proceso de imaginación es más poderoso de lo que uno pensaría. Me acuerdo de una clase que estaba dando a propósito de literatura, era literatura o algo así, y leíamos a Vargas Llosa en aquel librito medio didáctico que se llama Cartas a un joven novelista, hay un pasaje que empieza como diciendo que tiene uno que imaginar como si fuera aquello. Creo que la escritura, conforme pasa el oficio, yo sí me pongo como la Tía Julia y me pongo, sí me pongo como Pedro Camacho y me pongo, digamos la bata de médico cuando estoy pensando en médicos, sí soy agudo o con los caracteres y temperamento de los otros y sí creo que es relativamente factible poder penetrar y configurar una comprensión de lo otro.
Me di cuenta en esa lectura y en esa clase que yo había tenido más imaginación de la que creía, como decía, me juntaba con filósofos y siempre nos empotramos en discursos más bien racionales, discutir de temas, pues sí, en abstracto, casi siempre lejanos a lo que nos pasaba cotidianamente, pero cuando leí a Vargas Llosa, me di cuenta de lago más o menos interesante, de niño yo jugaba sólo en la cochera partidos de futbol completos, me di cuenta de que aunque yo creía que no imaginaba, que no me inventaba historias, que no hacía novelas de cosas que no había vivido, sí había practicado la imaginación en un modo superlativo de niño y que podía hacerlo ahora. Yo defiendo que muchas de las anécdotas que se cuentan en mis relatos, te lo confieso, no son mías, me las contaron, las escuché, y yo las transformo…, en todo caso me estoy confesando como un mitómano, como un protagonista de cosas.

¿Y qué va de ti?
Pues creo que la pretensión estética, el ritmo, la manera en que se presentan las cosas…, sí que me interesa la forma de decir las diferentes historias, sí es algo que yo creo que es particular, que no obedece tanto a modas sino a necesidades narrativas. De mi va todo, porque es mi mirada la que está ahí. Mi pensamiento literario no radica en que las anécdotas sean mías sino en mi manera de mirar. Lo explicaba hace rato, creo, esa voz en off, que es el narrador, lo que está haciendo es revisitar un espacio que ya no existe, por un lado y que ya no soy yo, si es que la anécdota fuera mía y lo que hay ahí es algo digno de mirarse y de revisitarse y estarlo viendo ahí, merodeando un poco…

Si te ponen la bata del doctor te puede quedar grande, o te puede quedar muy chica y puedes correr el riesgo de no tener el conocimiento en cuestión de medicina, por ejemplo… ¿Cómo le haces? ¿Otra vez la pura imaginación?
No, investigas. En cualquier anécdota pequeña, siempre hay una especie de cercanía con el lenguaje de la verosimilitud y, si vas a hablar de un médico, pues tendrás muchas cosas que estudiar o de una historia de algún personaje. Es fascinante, por ejemplo, investigar para una novela y creo que es un buen requerimiento, lo planteas tú como algo para mí, pero creo que es un requerimiento de cualquiera, porque nota uno cuando es una novela o habla de un personaje que no es uno, que está escindido por completo, que está flojo, que está acartonado, que se mueve de una manera falsa y tu lo sabes por que lo ves, porque levantas la mirada y sabes que no es creíble, en todo caso buscas eso, que el lector levante la mirada y diga sí, así es, así suceden las cosas. Yo no sé muy bien cómo es que llego a ciertos temas, pero cuando llega uno al tema se mete al fondo. Si te toca hacer biografías, por ejemplo, te avientas toda la literatura que puede haber a propósito del personaje que te interesa.

Veo que te apasiona hablar de investigar, ¿qué te apasiona más, investigar o escribir?
Investigo, me dedico a investigar y a escribir. Soy muy curioso. Me gustan mucho los procesos. Cuando jugaba futbol, por ejemplo, me esforzaba porque el entrenamiento y las indicaciones se cumplieran, ya sabes, te ponen a correr y te da hueva, pero lo hacía y sentía que era necesario y lo notabas después saltar. Para escribir se necesita primero escribir mucho y luego te das cuenta de que escribir mucho no basta, sino que necesitas de qué escribir y creo que si acaso termino escribiendo es porque leí un montón. Me levanto por las mañanas a revisar diarios, interesarme con un personaje. Investigar o escribir es mi interés de poderlo configurar, por un lado, de mirarlo especialmente con cercanía, con comprensión, cualquiera de los temas y de resolverlo en un mecanismo casi matemático en mi manera de pensar, si no quedan claras las cosas, si no se ve por dónde va un asunto, necesito más investigación, yo tardo mucho en escribir en ese sentido. Por ejemplo, cuando estoy escribiendo ensayos sobre un pintor o sobre cualquier tema, tardo un montón. Ahora estuve escribiendo sobre Zapata, y sabes lo que te enseñan en primaria y toda la vida, pero no te basta. Y luego encuentras una biografía que ya está hecha y luego te preguntas por qué puso el biógrafo este dato y luego vas y buscas ese dato y entonces se empieza a resolver el mapa personal de lo que buscas y es cuando ya, creo, logro escribir, tardo mucho en escribir…

Hasta que lo aprendes…
Sí, creo que ese es el asunto, que me sienta seguro en el espacio que estoy, no solo por lo que quiera decir, sino por lo que ya sé, en todo caso Yo fui un chico cursi es el resultado de escarbar en uno mismo sin pretensiones como de autoayuda, sino el puro interés humano, si estás muy cerca de ti y tu eres el que tiene sus propias experiencias, las resuelves en favor de tu condición humana, tus porqués y tus causas que nunca son causales, me refiero que nunca son sujeto y predicado sino que siempre hay un camino recorrido para llegar a cierta cosa. Allí es cuando uno se regresa en el camino y se da cuenta que hay un montón de piezas sueltas y que no bastaría una sola para contar el relato.

¿Qué has encontrado sobre la condición humana, de tu condición humana o de la condición humana en general?
Pues que tenemos sensaciones, que el deseo mueve al mundo y que el deseo atrae consecuencias que son el cuento de la historia de la humanidad. De mí, que soy un tipo mirón, que me gusta mucho el ajedrez de la comprensión de los otros. Siempre me termino preguntando por qué hizo tal movimiento tal o cual persona o tal sujeto o tal noticia…

Y esa es tu carnita de la que vas agarrando para tus historias…
Sí, porque no es que se resuelva diciendo alguna verdad, se resuelve la causa de esa verdad y en la resolución de esas causas es donde encuentro todo lo que me interesa, porque son ideas, son temperamentos, son almas que se están moviendo en unas circunstancias, muy novelables, ¿no?, todo el tiempo muy contable… No sé si te ha pasado, pero te escriben un mensaje y lo lees y distingues los adjetivos, etcétera, y te das cuenta de que te están pidiendo disculpas porque te van a avisar que pasó algo, o te das cuenta de que no te abordaron como siempre lo hacían porque te van a sacar otra cosa, esas cosas sí que las pienso, porque es allí donde estoy, en un sitio donde se pregunta uno, casi obsesivamente, por las causas y los intereses de esa otra alma, más allá de lo que dijo, lo que importan son los cómos y el contexto que explica las cosas.

Y esta cuestión, así tan compleja como se escucha, lo estás llevando a muchachos de prepa, ¿encontraste allí tu mercado?
No sé si el mercado, pero creo que más bien, en todo caso, lo que yo hubiera querido que pasara conmigo. No sé si te ha pasado, pero normalmente uno hace de adulto lo que cree que le faltó y lo que cree que es conveniente. Yo recuerdo en la secundaria que había una clase de orientación vocacional, me acuerdo de que la maestra hizo una lista de papás y mamás, que fueron a platicarnos a qué se dedicaban. Fue un arquitecto, un soldador, una ama de casa y fue una mujer que no se dedicaba ya, pero era periodista, de la Universidad Veracruzana, me fascinó, cómo contaba cosas, entonces comprendí que por más desmadroso que era, cuando el discurso estaba allí, y era atractivo, podía funcionar y por otro lado, muchas de las resoluciones personales de conflictos, cualquiera que quieras, tener espinillas, crecer de las orejas de un lado, nadie te dice lo que está pasando, todos te dicen que es normal y que ya pasará, pero nadie te dice que sucede con esto que es físico, pero que te afecta a nivel emocional y a nivel social, entonces ir a la secundaria es ir a saldar una cuenta, no sé si se resuelva nada, pero por lo menos nos reímos un poco de nosotros.

Ante un auditorio lleno de interés por Yo fui un chico cursi. Foto: Cortesía de Luis Felipe Sánchez.

¿Y qué has encontrado en las voces de estos lectores tuyos?
En las secundarias lo que he encontrado es mucho interés porque se acerque la banda a estar leyendo con ellos, es una especie de orfandad que no suplimos los papás, ni los maestros porque han un montón de obligaciones más allá de aplastarte a leer un viernes por la mañana. En el caso de la prepa, me parece que ya hay un impacto porque ya hay muchos más cuestionamientos, ya se están preguntando si van a trabajar en una ensambladora o si podrán estudiar, etcétera, y que alguien venga a decirles que tranquilos, que no pasa nada y que les dé un espacio donde puedan discutir, a propósito de la vida de otro, lo que ellos piensan, es súper interesante. Tiene un impacto más de lector, incluso de banda con inclinaciones hacia las humanidades en general, o de estandoperos, o de contar cosas, porque se preguntan por las estructuras, de cómo cuenta uno las cosas. Incluso me han cuestionado varios finales, me dicen “no, es que así yo no lo terminaría…”, no sean crueles.
Al final, yo creo que menospreciamos al público lector, todo mundo habla del arte y la lectura como algo necesario, pero no siempre se tiene la paciencia para entender que eso se hace con el oficio, del gerundio que es estar allí haciéndolo. No es para mí ninguna sorpresa, pero sí algo muy conmovedor, fui a Querétaro, estuvieron cien muchachos hablando y hablando del libro conmigo durante dos horas, citas textuales, ahí me confrontaron finales. En fin, una lección de vida para el escritor, bueno para el que quiere contar historias, para el que quiere fomentar la lectura.

Déjame plantearte algo un poco distinto, ¿por qué no estás oficiando misas?
Por que me corrieron del seminario… ¿a eso te refieres?

Bueno, ¿qué pasó contigo?, creo que, si tú quieres, te vuelves sacerdote…
Entendí un par de cosas, como con el futbol, había cosas puntuales que me gustaban y una cuestión circunstancial y había otras de las que no me puedo alejar. Cuando me preguntaban si quería volver al seminario, esta es una confesión que creo que no he hecho nunca, me preguntaba el sacerdote, como mi entrevistador, que qué es lo que me atraía y yo me acuerdo haberle dicho que la homilía…
Ahora lo que busco es primero la lectura, como si fuera un ágora, entiendo más allá de la g, una lectura trascendente, ancestral, tradicional, institucional y veo Isaías, y San Juan y San Pablo y luego veo poetas que van jalando esa información, nuevos léxicos, etcétera, lo veo más con un carácter de análisis de lenguaje.
Yo recuerdo que le dije al sacerdote que lo que quería era educar, evangelizar, que lo que quería era hablar de estas cosas y estoy pensando en gerundio ahorita, creo que descubría con fascinación dos o tres oradores de aquel entonces que me habían volado la cabeza y no tiene que ver, creo, si es de la lectura o de la vida, o de sí mismos… Recuerdo dos en particular, un obispo, ya murió, que nos dio un discurso biográfico de cómo él había llegado a ser obispo y siempre con esta modestia de “yo no quería, pero el señor me llamó”, estructurado, fascinante… Ahora lo veo y era un cuento chino que nos comíamos porque era fascinante. No sé si te pasa, pero hay banda que escuchas y dices tú, lo que me vendas, te gusta y lo quieres escuchar, pienso en José Emilio, en Elizalde, pienso en algunos otros escritores que ahora resultan los modelos en un sentido como de oratoria. Yo me acuerdo en la Universidad que no me explicaba cómo un profesor, cualquiera de los que eran modelos para mí, duraba cuatro horas echándose el discurso de Horkheimer, Kant, Hegel, no entendías tú, pero sólo por la estructura estabas ahí, creo que eso es lo que en el fondo me llamó la atención. Y lo otro que es evangelizar, yo estoy traduciendo sin querer en brigadas de lectura en preparatorias, en secundarias, sin querer, sin obligación, no un asunto de campaña, sino más bien por que me invitan los amigos y porque yo soy ahí una suerte de testimonio de que se puede empezar muy tarde a leer y lo agarras y no lo sueltas.

¿Te pesa un poco el hecho, en tu forma de escribir o en tu forma de llegar a tus lectores, de que te identifiquen de alguna manera con el catolicismo?
…Es una buena pregunta. Yo creo que no porque…, sí me pesa, pero me defiendo pensando en López Velarde y en el reino subvertido que es saber todo del catolicismo y voltear el lenguaje litúrgico para usarlo en pos de la literatura. Digo, no soy un tipo que evangelice y que diga pórtense bien, pero sí cuento cuando me robaba las limosnas y el pesar que me hace haber hecho esas cosas.

Bueno, ahora evangelizas para la literatura.
Sí y no es una función que me cause obligación, de lo que trae el alma es de lo que habla el espíritu… Y yo no lo sabía y no creo que lo haya planeado, es una cuestión así, hablamos con alguien y me dice, “oye, ¿no quieres ir a la prepa?”, y hablamos de un proyecto, ya más o menos sustentable y medible, porque no te olvides que cuando te invitan, también tienen responsabilidad ellos, tienen que dar números y cuentas, entonces armamos un proyecto más o menos completo en tanto damos cuenta con números, que es lo que le gusta a las instituciones, que estamos haciendo una labor en la lectoescritura, la rapidez, la comprensión de lectura, sin que se desarrollen de una manera diferente de aquellos que leen un libro, con seguimiento y que terminan hablando con el autor, a aquellos que tienen que leer lo que dice el programa y a ver si se hace.

¿Te ves haciendo otra cosa?
Cuido toros, juego futbol… El año pasado trabajé de jornalero para unos amigos agrónomos, plantamos maíz y cebollas, pero no lo puedo evitar. Miguel limón me preguntó, “ah, con que tú quieres ser escritor”, y yo no sé de dónde saqué esto, pero le dije, “no es que quiera, sólo que no lo puedo evitar”. Hago muchas cosas para poder tener el espacio de lectura, por que lo que sucede frente a mí, también me suscita. Esto que decías al principio de la anécdota, se suscita a diario, me gusta mucho hablar, no hablo mucho con amigos de literatura, pero contigo hablamos, creo, sin apegarnos a un asunto muy profundo ni racional, siempre terminamos alcanzando la profundidad que puede dejar satisfecho una conversación y creo que sí me gustan esas conversaciones.

Ayúdame a cerrar, ¿las mujeres también son cursis?
Son las que nos enseñan cómo hacerlo. Hay una naturalidad cultural a propósito de eso, que marcan con un movimiento, digo, cuando eres heterosexual, te marcan con un movimiento que tienes que hacer. El asunto es que seas capaz de distinguir qué te están pidiendo…

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