Yo fui un chico cursi


Por  Jorge Luis Heredia

Escucho al escritor Luis Felipe Pérez Sánchez. Lee pausado un cuento de su libro Yo fui un chico cursi y mi mente vuela aunque trato de concentrarme para encontrar lo cursi. Nada. Escucho su voz, veo sus ademanes y es como si quisiera narrarle la historia a alguien. Mi mente llega hasta Los Versos Satánicos de Salman Rushdie, cuando el hijo regresa con su padre viejo y tiene que rasurarlo, toca su piel con el anverso de la mano para detectar dónde pasar el rastrillo de nuevo y por primera vez siente el calor de su padre… Regreso a la sala y sí, definitivamente Luis Felipe Pérez Sánchez le habla a su padre, y se siente su cariño, un cariño que ha guardado por años y que se atreve a expresar sin más en una especie de reconciliación.

Yo fui un chico cursi,obra literaria de Luis Felipe Pérez Sánchez presentada en la XX Feria del Libro de la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Foto: Fin de Semana.

Luis Felipe Pérez Sánchez es un escritor de Guanajuato, avecindado en San Luis Potosí que vino el fin de semana a Aguascalientes, a la XX Feria del Libro de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, a presentar su obra literaria Yo fui un chico cursi de la editorial El viajero inmóvil, que de cursi no tiene nada. Bueno, si el título fue ideado desde la mercadotecnia, está bien, no importa tanto como el libro, un libro que definitivamente es de un escritor que hasta ahora ha sacado lo mejor de sí a través de la literatura. Pienso que esta nueva obra de Luis Felipe, de fácil y profunda lectura es, además, una forma consciente o inconsciente de acercarse al padre.

Tiene varios aciertos de primera vista. El primero tiene que ver con el reflejo en sus letras de diversos escritores. Lleva en sus entrañas en primer lugar a Salman Rushdie, claro, con ese acercamiento de Luis Felipe con su padre, no con un rastrillo de afeitar, sino a través del lenguaje del futbol, que parece ser el idioma que hablan padre e hijo a la perfección. Lleva en sus entrañas al michoacano José Rubén Romero y esa capacidad para relatar los sucesos que lo rodean, de darles sentido, de convertirlos en una rica lectura y, definitivamente, lleva en sus palabras el espíritu inocente y sensible de Hermann Hesse para describir el alma humana.

Otro acierto de Luis Felipe tiene ver con la música. La mayoría de los escritores que conozco se devanan los sesos para conocer a los músicos extranjeros, principalmente rockeros norteamericanos e ingleses, a los cuales hacen referencia en cada artículo, en cada página que escriben, pero Luis Felipe tiene el valor de asumir su contexto, sus propias vivencias y habla con toda naturalidad de Timbiriche, de Raphael, de Alejandro Fernández, sin que eso implique de manera alguna que lo haga menos escritor, al contrario, lo engrandece.

Luis Felipe rescata una época, de los ochentas y un poco de los noventas, cuando los adolescentes tenían como referencia natural a Kevin Arnold y a su eterno amor Winnie Cooper, de Los Años Maravillosos, que sin duda marcó hasta su propia forma de acercarse a lo que él llama las “chiquillas”, muy al estilo guanajuatense. Sí, rescata una época que convierte en literatura digna de leerse, pero mucho me temo que en el fondo rescata una forma de acercarse al padre, a esa figura que hasta después de los treinta se empieza a comprender, hasta después de los treinta, ya probablemente con hijos. Yo fui un chico cursi es, en el fondo, una forma de reconciliación, una forma de rasurar por primera vez al padre, suavemente, para no lastimar su piel frágil, de pasar el anverso de la mano para tocar su rostro y descubrir dónde es necesario pasar el rastrillo otra vez, presiento que al final es una forma de entregar un poco del amor encerrado durante muchos años.

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