Un pequeño departamento, el semillero de violoncellistas de alto nivel en Aguascalientes I

  •         No podemos evitar la nota roja hasta que trabajemos en cultura con los niños: Diana Molina.
  •          Cada vez que escucho tocar a mi hija, despierta en mí una sensibilidad y unos sentimientos que no conocía: Isabel  Flores.


Por Jorge Luis Heredia

Primera de dos partes

El Encuentro Violoncellístico de Aguascalientes llegó este año a su tercera edición con artistas de renombre y de talla Internacional como el compositor mexicano Samuel Máynez y el maestro del violoncello, el español Iñaki Etxepare. También trajo violoncellistas de Veracruz, Chihuahua, Sonora, entre otros estados. Hubo estrenos mundiales y, por si fuera poco, nada más y nada menos que un laudero de Aguascalientes entró al escenario mundial con la construcción de un violoncello único llamado San Inaxio, y todo esto ocurrió no desde un renombrado instituto o de una secretaría de cultura o de un añejo centro musical, no, el epicentro fue nada menos que un pequeño departamentito de la colonia Gremial que es el hogar de la violoncellista y miembro de la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes Margarita Benavides, la verdadera creadora del encuentro.

Le solicito una entrevista para conocer el semillero que dio inicio al encuentro y acepta gustosamente. Me cita en la colonia Gremial, porque allí se reúne habitualmente con sus alumnos. Y cita también a sus alumnos, niños jóvenes y adultos y cita a la reunión a los papás de sus alumnos. Todos de una buena vez.

La familia apoyando el semillero de músicos de alto
nivel de Margarita Benavides. Foto: Margarita Benavides.

De entrada Margarita manifiesta que en Aguascalientes está un poquito descuidada la parte de la educación musical infantil porque los atienden hasta los 5 o diez años. Ella recibe desde los dos o tres. Allí está Mateo con sus papás, tiene siete y desde los cuatro está con la maestra Benavides. Monserrat Valle, la mamá de Mateo que lleva en brazos al próximo alumno, Emilio, dice que “Mateo era un niño que quería tocar todos los instrumentos musicales, íbamos a los centros comerciales y derecho a los instrumentos. Yo quería que tocara el violín, cuando la maestra le presentó los dos instrumentos, le brillaron los ojitos por el violoncello”.

Diana Molina lleva a sus dos nietos. Uno de ellos es cellista. “Marcos va como alumno de la clase de Iñaki y nos regresamos, pero lo que a mí me queda muy claro es que, bueno, tú hablabas de una nota roja, y no podemos evitar las notas rojas hasta que no trabajemos en cultura con los niños. Yo trabajo con energía y a mí me queda muy claro que los primeros chacras son energías muy bajas. Si queremos que un niño desarrolle esas energías con la parte sana de su vida, tenemos que involucrar a la cultura a fuerza”, dice Diana, abuela orgullosa que lucha por la educación artística de sus nietos.

“Yo soy psicóloga, dice Ana Isabel Flores, y nuestro cerebro tiene dos hemisferios, el izquierdo y el derecho, y normalmente el que más nos desarrollan es el izquierdo. El derecho que es la parte artística, creativa, que es la parte sensible del ser humano, se desarrolla muy poco. Dana tiene un año de estar tocando y le pasó lo mismo que a él (Mateo), porque ella iba por el violín, pero vio el cello y se enamoró del cello, ni siquiera tocó el violín. Yo creo que es como un don, ella tiene un don, eso yo lo veo claramente. Cada vez que yo la escucho tocar, el escucharla despierta en mí una sensibilidad y unos sentimientos que yo no conocía, y eso me hace convencerme de la maravillosa maestra que tiene Dana, no pudo haber llegado con una mejor, yo así siento”.

Juan, el papá de Casandra, reconoce que la emoción de su hija lo anima y que aunque poco la acompaña a clases, se anima cuando nota esa emoción que le causa tocar el violoncello. Un día vio a la maestra Margarita en Altaria, en un evento y allí Casandra se terminó de convencer. Los únicos que con Margarita tocan otro instrumento diferente al violoncello son Rubén, un niño tímido y alegre y Santiago, hermano de Marcos, que no ha encontrado todavía el que lo haga vibrar, así que por ahora se dedica a la batería.

Y es que parece ser que Margarita Benavides tiene una pedagogía centrada en la sencillez y centrada en la persona, no en el alumno sino en la persona. Por ejemplo, si alguien comete un error y se lo restriegan en la cara, pues tarde o temprano va a cerrar la puerta que abrió a la música. Ana Molina lo reconoce. “Cuando a él (su nieto Marcos) le preguntan en la escuela primaria y si no responde bien, no se angustia, porque aquí le han enseñado que si no suena como la maestra quiere, suena de otra manera, pero está bien, no hay errores, no te equivocas, y eso le ha ayudado en la escuela”.

Margarita Benavides.
Violoncellista.

Margarita Benavides tiene clara su forma pedagógica. “Debemos enseñarlos con toda naturalidad, como empezamos a aprender a decir mamá, papá, y después entras a la escuela para aprender cuáles son las letras, cómo se escribe y de allí en adelante todo lo que nos enseñan, pero lo primero que aprendemos es a hablar, por medio de la repetición y de la asociación. Así es como hemos aprendido la música, sin tenerles que explicar mucho de nombres o palabras rimbombantes o sofisticadas, que uno ya habla en ese lenguaje con los adultos… Pero ellos ya saben lo que es una escala, lo que es un arpegio, lo que es armonía”.

Pedro Rocha, papá de Marcos y Santiago, relata que les queda tan clara esa pedagogía, que hasta la reproducen en la vida diaria. “Íbamos un día caminando y había dos manchas en el suelo, vimos dos bolas con dos líneas, iba pasando Santiago y dijo, mira, es un oso, o-so”, estaba practicando sus clases de música. “Es que aprenden las figuras rítmicas así, dice Margarita, con O-so, cho-co-la-te”. Con esos conceptos pedagógicos y varias toneladas de amor Margarita riega su semillero, un semillero que hoy por hoy llega a sus primeros siete años de vida en Aguascalientes y ya con frutos.


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