Que no sea como su padre

Historias de la Ciudad


Por Jorge Luis Heredia


I

Al parque llegaron temprano. Cualquiera diría que Efraín era un deportista y ese era su objetivo, hacer deporte, pero el rostro de Janeth tenía una seriedad infranqueable. No tenía rostro de deportista. Ella, con su pantalón de mezclilla y una blusa negra. El con un pantalón ennegrecido por el uso probablemente en un taller mecánico y una playera limpia de color azul, muy floja y larga.

Detalle de la obra Juanita de Aimee Morales Márquez.

Se acercaron a la sombra de un pirul, enorme y fresco. En realidad, no les interesaba la sombra, era más bien alejarse del grupo de boxeadores de barrio de Juan Puebla que llevan años practicando en el parque de Ayuntamiento. Querían estar solos. Empezaron los jaloneos. Efraín, fuerte como se veía, la tomó dos veces del antebrazo y ella, con rapidez y agilidad logró zafarse.

-- Pero Janeth, piénsalo bien, piénsalo bien, te vas a echar a perder la vida por tu capricho de tenerlo.

Ella igual.

-- Como quieras, ya te lo dije.

-- ¿Cuántos años tienes?

-- ¿Ya se te olvidó?

-- No, no, es que eres muy joven, apenas vas a cumplir los 17, ¿para que echar a perder tu vida y echar a perder la mía?

-- Ay, Efraín, tu siempre igual.

-- Es que mira, lo que gano no nos alcanza para los dos, mucho menos para tres. Además, ya te lo dije, no hay garantía de que sea mío.

-- Bueno, en ese caso, no tiene caso seguir platicando...

Se dio la vuelta con tal fuerza y decisión, que cuando Efraín trató sujetarla del brazo, ella ya no estaba a su alcance y entonces se lazó contra el piso, de rodillas, con las manos en el rostro.

-- Por favor…

Janeth se detuvo en seco. Se dio la media vuelta.

-- ¿Entonces?

Y allí se congeló la escena, como si fueran caricaturas. Congeladas para siempre. Ninguno rompía su estado. Ella con un pie dispuesto para retirarse y él, de rodillas. Lentamente se puso de pie y empezó con tal ira, que gritaba.

-- Pues es lo que provocas, eso es lo que provoca tu vida, una vida echada a perder y quieres echar a perder la mía.

Uno de los boxeadores se acercó, lentamente, atento a lo que ocurría. Fue instintivo. Su padre lo había enseñado a no golpear a una mujer ni permitir que otro lo hiciera y traía el peso de los guantes encima. Se sintió fuerte. De pronto vio la pistola. Pero Efraín no apuntaba a la muchacha, se apuntaba a su propia cabeza. El boxeador no supo que hacer. Ni qué decir. No tuvo tiempo…


II

Han pasado cuatro años. Janeth recuerda con lujo de detalles todo lo ocurrido. Como si fuera ayer. Se prometió no ocultarle nada a su hijo, sin embargo cree que no podrá cumplir esa promesa.

-- Al principio fue muy difícil, porque la verdad es que yo me echaba la culpa, pero mi familia me apoyó. En el DIF me apoyaron y pues como que ya pasó, siento que ya pasó.

-- Pero sigue buscando apoyo…

-- Pues sí, es que, Dios no lo quiera pero yo fui igual que mi mamá, igualita.

Su rostro se enrojece. Se lo cubre. Todo parece indicar que no todo ha pasado. Que en realidad, lo que sea que quede, se encuentra vivo.

-- Perdón, creo que no entendí…

-- Es que imagínese, yo sin quererlo, sin saberlo soy igual que mi mamá. Tuve un hijo a los 17, igual que ella y a mi mamá la abandonaron, igual que a mí. Sin quererlo, sin saberlo, yo repetí lo que hizo mi mamá, por alguna razón que no sé, parece que repetimos las cosas.

-- Pero acaba de decir que ya pasó…

Y no lo soporta más.

--Vengo porque quiero que mi hijo no sea como su papá…

Pasa del medio día. El calor es intenso. Tanto que se secan las preguntas. Ni una más. Le doy las gracias y me alejo. Al menos ella está en el camino.


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